domingo, 27 de mayo de 2007

Ascensor

¿Cuántos pisos visitaste mientras, atrapada en las paredes de aquel virtual sube y baja, soñabas entusiasmada con entregarte?
El calor corporal fue más intenso que el frío metal, y en un acto sexual, casi sobrenatural, intercambiaron caricias, fluidos y algo más.
Entre voces forasteras, el peligro inminente no te altera. Su impetuoso susurro y esas gotas de sudor siembran en ti la extraña sensación de querer ser sorprendida por algún fortuito espectador.
La temperatura incrementa, tus poros se dilatan; tu reflejo en el espejo se funde misteriosamente con aquella manifestación de tu tórrida y acelerada respiración.
La excitación plena de tus sentidos arrebata la escasa noción de raciocinio que te restaba; la lujuria te nubla la mirada; y en un intento frustrado de tus miedos internos por ser liberados, tus uñas clavas en su espalda sudorosa, sólo para confirmar que el deleite extremo no es delirio ni otra cosa.
Desesperada maniobras la máquina, sin precisión; desprecias su principal función. Has convertido a un cubículo de metal en un cuarto de hostal. No importa si hacia el cielo o al infierno va, suba o baje, tu demencia ha de aumentar.
Y en el descubrimiento y encuentro de lo ignoto e inexplorado se contorsionan tus extremidades, realizando ademanes nunca antes imaginados. Tu cabeza se desliga totalmente de tu cuerpo; te has entregado, sin advertirlo, al placer etéreo del fugaz momento.
Y ya es tiempo, el instante ansiado ha llegado. La manifestación infinita del gozo ilimitado en tu boca ha asomado, y a tus labios ha invitado a emanar los más agudos aullidos, gemidos acelerados, producto de un indescriptible frenesí descargado.
Te abotonas la blusa, te acomodas el sastre. La travesía ha culminado. Después de esto no hay más nada. El caminante errante encuentra el sendero indicado, tus neuronas vuelven a encajar en tu cerebro, tu capacidad gimnasta se atenúa, la flexibilidad se esfuma... Tu descaro se retrajo y avisó a tu timidez, a tu vergüenza y tu ternura.
Sales al mundo real donde las pasiones se reprimen, te camuflas entre la muchedumbre. Finges el resto del día; caminas en tacones altos, disfrazada de oficinista; otorgas un par de hipócritas sonrisas y así aparentas para el deleite social.
Tu mente está harta de alucinar; tu cuerpo, ávido por realizar; pero tus prejuicios han de impedir la revelación que tu voraz apetito interno quiere hacer estallar; aun sabiendo que, para la eternidad, breves instantes de real fantasía valgan más que una vida entera de emociones contenidas.

1 comentario:

Lisette López dijo...

Me sorprendes Vania. Maravillosa esta entrada. Tan cierta...tan madura...
Máscaras, así solemos pasar la vida, con máscaras.
No se si es casi un deber mentirnos, pero al quedar solos otra vez con nuestro cerebro, nadie nos odia más que uno mismo.